Leyenda del Puente Pexoa


Dice la tradición que las tribus que habitaban el suelo del Taragüí, vivían en continuas guerrillas. El cacique “Azucapé” cayó vencido por el fiero “Pochí”, guerrero ambicioso y de gran ascendencia entre los aborígenes del lugar. El victorioso llevó a sus tolderías como cautiva, a la hija de “Azucapé”, de nombre “Ariete”.

Poco después se enamoró perdidamente de ella y quiso desposarla. La princesa se negó a aceptar como esposo al matador de su padre. Así le hizo saber al pretendiente, agregando que prefería la muerte antes de entregarse a quien odiaba con toda su alma.

La rebeldía de la doncella indignó a “Pochí” quien, guiado por sus instintos malignos, dispuso el sacrificio de la joven cautiva. La misma sería arrojada esa misma noche a un zanjón de grandes proporciones para ser devorada por un enorme yacaré que allí moraba de tiempo inmemorial. 

Pero las víctimas de las crueldades de algunos hombres, siempre encuentran sus providenciales salvadores. Así sucedió también en esta leyenda: el indio ‘Pexoa‘, es el héroe de nuestra historia, que libraría de las garras del feroz saurio a la hermosa “Airete”, quien atada de pies y manos se encontraba ya a punto de ser arrojada al zanjón, cuando de entre las filas de los guerreros del cacique “Pochí” surgió un indio corpulento de mirada de lince y pelos tan amarillos como el sol. Velozmente corrió hacia el lugar del sacrificio y se tendió cuan largo era, uniendo con su cuerpo los extremos del zanjón, que como la boca abierta y voraz de un gigante, aguardaba a la inocente víctima.

La hermosa “Airete” caminó un trecho sobre aquel cuerpo humano. Y así al llegar al centro, una flecha cortó el aire y fue a clavarse en pleno pecho de la bella princesa, cayendo mortalmente herida al profundo zanjón. Su sangre se juntó a la corriente de agua que allí serpenteaba, como una víbora vestida de flores de irupé y camalotes.

El dios de los guaraníes, Tupá, que observaba la escena desde el infinito cielo, tocado en sus sentimientos de piedad, decidió premiar la acción del hombre y lo transformó en puente, el Puente Pexoa, y para que éste no estuviera solo, convirtió a la hermosa “Airete” en la corriente de agua limpia y cristalina, que pasa besando sus plantas como amorosa satisfacción de gratitud hacia el heroico Pexoa.

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